Néstor Villazón
Daniel Dimeco cuenta con más de media docena de premios a sus espaldas. Parte de su producción ha podido verse en teatros como el María Guerrero, participando en las obras colectivas Los otros niños y Ojos de sal. Su labor se extiende al campo de la narrativa, donde también se le han reconocido sus novelas y relatos. De talante sereno y buen conversador, este escritor y dramaturgo argentino analiza para La Ratonera parte de su producción y parte de este momento histórico y literario que nos ha tocado vivir.
Pregunta. Has resultado ganador de tres certámenes teatrales y finalista en el Josep Rubrenyo. ¿Está el dramaturgo condenado a mostrarse con este tipo de premios?
Respuesta. Siempre he preferido que se vea la obra más que al autor. Con esto no quiero decir que yo carezca de vanidad o de ambición, en absoluto, pero sí tengo muy claro que no me gusta la fama per se. Quienes nos dedicamos a este trabajo sabemos lo difícil que es poder ver un texto nuestro montado, quizás porque los productores no quieren arriesgar o porque los programadores van a caballo conocido; en cualquier caso, la realidad es la dificultad que tenemos. Lo que hace un premio es encender una luz sobre la obra, ponerla en un anaquel más visible. De todos modos, creo en el trabajo constante más que en el escaparate, porque, al fin y al cabo, todo es pasajero. Los premios siempre me han servido de incentivo para continuar en una lucha solitaria.
P. Con La mano de János lograste el Buero Vallejo en el 2010. En ella su personaje principal se encuentra determinado por las circunstancias sociopolíticas de la Rusia de finales del 38, sin poder de desarrollo como ciudadano o escritor. ¿Existe alguna crítica velada al momento que actualmente vivimos?
R. Ninguna de manera consciente. La obra surge de mi pasión por Rusia y de su historia fascinante y dolorosa. Mis críticas al momento actual no son veladas en absoluto, son directas y van dirigidas a la penosa clase dirigente que tenemos; a los administradores grises y correctos que han despojado de pasión el hacer-crear de la Política así como a nosotros mismos, los que hemos creído durante varios años que los males existían más allá de la valla de Melilla y que en el club de los privilegiados la abundancia y la felicidad iban a ser eternas. Todos somos responsables de lo que nos pasa. Ahora bien, los dirigentes lo son mucho más porque tienen el compromiso de representarnos y cuentan con más información que el grueso de la población. El máximo honor que cualquier ser humano puede tener es el de dirigir los destinos de un país y cuando vemos a los líderes repitiendo hasta el hartazgo las mismas palabras en actos cursis de partido, uno se da cuenta de que son unos desvergonzados y, algo peor, que carecen del coraje necesario para coger al toro por los cuernos y acabar la faena con dignidad. Una buena porción de nuestros políticos no cree en nada, eso es triste, y se limitan a seguir los dictados que les marcan, pensando y actuando de una manera extremadamente provinciana.
P. ¿Cuál es el papel de un escritor en época de crisis? Dicho de otro modo, ¿tiene alguna obligación para con la sociedad o se encuentra fuera de ella?
R. El papel de un escritor, en cualquier época, es el de escribir de acuerdo a su fuego interior. El escritor no se encuentra fuera de la sociedad, se nutre de ella y tiene un instrumento, su propio arte, que bien usado puede ser muy efectivo para despertar conciencias. Ahora bien, corremos el riesgo de pisar terreno fangoso y envestirnos de una autoridad moral que suele resultar muy repugnante, quizás porque no creo en los personajes buenos y en los malos más allá de las películas del Far West. Que el escritor asuma una labor social comprometida como despertador de conciencias lo veo muy bien, pero es que he oído a pocas personas, moralmente autorizadas, que hablasen de la realidad ficticia en la que vivíamos pocos años atrás. Ahora sí, ahora todos aullamos como lobos. La maravillosa construcción europea basada en el Estado del Bienestar se la están cargando los gobiernos con sus recortes y ajustes y nosotros, por ignorancia o desidia, hemos contribuido creyendo que la prosperidad nos la habían inoculado convirtiéndose en una marca genética.
P. La desesperación y el sufrimiento de tus protagonistas son una constante en tus textos. Pudimos apreciarlo en tu última novela La desesperación silenciosa (Premio Fray Luis de León 2010) o en tus textos teatrales, como el ya citado La mano de János o en Mirando pasar los trenes. ¿Cuál crees que es el origen de todo esto?
R. El origen lo desconozco y, como nunca he hecho terapia, algo extraño para alguien que haya nacido en Argentina, no he tenido la oportunidad de indagar en ello. Sencillamente puedo hablar de gustos personales por las vivencias de seres que transitan las cornisas. Me apasiona investigar en el alma y la psique de los personajes, me atrae muchísimo el universo nocturno y frío del Norte de Europa y siempre me he sentido muy bien en esos países, ya sea viviendo en ellos o “viajándolos”. En La mano de János, como bien has mencionado, los personajes están enfrentados al todopoderoso Sistema. En La desesperación silenciosa, es la enfermedad la que se instala como un huésped indeseado en un hombre solitario, que en toda su vida no ha hecho nada digno de recordar y que se debate entre la vida y la muerte. En Mirando pasar los trenes la madre protagonista es capaz de lo que sea con tal de conseguir sus objetivos. En fin, me interesa mucho el lado perverso y oscuro que todos tenemos y escondemos, felizmente, junto a las buenas maneras y a la corrección política.
P. Háblanos de tus referentes.
R. Me seducen enormemente los autores que destilan una inmensa fuerza interior, aquéllos que son capaces de gestar historias enganchadas a una larga raíz, que hay que ir extrayendo con cuidado a lo largo del texto. Me fascina el universo sombrío de William Faulkner, el despiadado de Cormac McCarthy, las descripciones únicas de John Banville, la hondura psicológica de Fiodor Dostoyevski, la dureza contemporánea de Sofi Oksanen, que escribe como a golpe de cincel, el Coetzee de La edad de hierro u Hombre lento… En teatro me enamoré hace muchos años de Bernard-Marie Koltès, de los textos dolorosos de Sarah Kane, de las creaciones de Wajdi Mouawad, me encantan las historias de David Mamet. Sé que son autores de páginas duras, de desaliento, escritores capaces de ahogar a los lectores con sus palabras, pero no lo puedo remediar, el glamour y el romanticismo feliz prefiero que formen parte de mi vida, pero leerlo en novelas me aburre enormemente. Literariamente hablando, soy de tragedias.
P. ¿Cuál es el último montaje que has visto y te ha impresionado?
R. Lamentablemente, hace mucho que no he visto algo que me haya impresionado, desde el Macbeth de los ingleses de Cheek by Jowl, hace ya bastante tiempo, o su más reciente Tis Pity She´s a Whore. Aunque de la temporada de invierno, como espectador, he de destacar el montaje que hizo Julio Manrique con Cosas que hoy decíamos y el Iván-Off, dirigido por José Martret en La Casa de la Portera: una apuesta muy acertada por el teatro bien hecho.
P. ¿Hacia dónde crees que se dirige la dramaturgia española contemporánea? ¿Se podría determinar algún punto generacional?
R. Determinar una dirección es harto complicado. Creo que en los últimos años se han ido sumando nuevos dramaturgos muy válidos y con muchas ganas de hacer cosas nuevas. Lo que tenemos que evitar es la admiración boba por lo que se hace fuera y la consiguiente mala imitación. Nuestra misión es la de escribir, todo lo que cada uno pueda, mejorándolo cada vez más, al menos para ser honesto con uno mismo. En cuanto a un punto generacional, es factible que esos buenos dramaturgos que van surgiendo, contemporáneamente a la crisis, crezcan en calidad, pero hay mucho miedo a no hacer lo correcto, a sacar el pie del tiesto por temor a que alguien se enfade.
P. Un clásico para terminar: ¿algún proyecto en mente?
R. ¡Sí, todo el tiempo danzan ideas en mi cabeza! Pero en concreto he acabado de escribir una novela que, siendo fiel a mi escritura, trata de la locura y de cómo la sociedad, o sea todos, tapamos y encubrimos verdaderos horrores. Y en el ámbito de la dramaturgia tengo dos textos que voy alternando: uno sobre el suicidio como triste escape a la pérdida de la libertad, a que la vida se nos escape sin que hagamos lo que de verdad nos apasiona por ser funcionales al Sistema. El otro es un borrador sobre la perversión.
La Ratonera
Revista Asturiana de Teatro, Nº 36, septiembre de 2012